Existe un misterio poco conocido de Nuestro Pasado, que se encierra en una de las Celebraciones Sagradas de los primeros mexicanos. Sucedía en la época antigua, una solemne y ominosa fiesta cada 52 años en los días del ingreso del invierno y que por encima de cualquier otra fiesta religiosa existente en el Anahuac, aquella se trataba de la ceremonia más venerada e importante dentro del antiguo “Calendario ritual de las 20 Fiestas aztecas» (Cempoalilhuitl), pues contenía en igual medida elementos astronómicos y científicos como esotéricos y metafísicos, mismos que hoy día comienzan a ser redescubiertos por diversos campos de la ciencia moderna y revalorados por los saberes ancestrales de la astro-teología. Tal “Celebración Magna” de nuestros ancestros, que alberga un conocimiento profundo y fascinador del elemento «Tiempo», llevaba por nombre el de TOXIUHMOLPILIA, que bien puede ser traducido como “La Atadura de nuestros Años”, aunque en épocas actuales a esta “Gran Fiesta de las Fiestas” se le conoce entre los estudiosos y entusiastas de nuestra cultura anahuaca bajo el nombre de “Ceremonia del Fuego Nuevo”.
Antes de abordar el gran mensaje contenido en esta antaña Celebración que ahora expondremos, es importante señalar que el propósito de este ensayo es OFRECER datos únicos y por ende sobresalientes, al respecto de esta «Fiesta del Fuego Nuevo», misma que ya es muy celebrada y reconocida hoy día por gran número de personas, pero al mismo tiempo sigue siendo muy poco comprendida y estudiada. Los datos apegados al rito que verteremos en la presente publicación son parte del esfuerzo nuestro en aras de conservar la cosmovisión y el rito originario de nuestras fiestas, tocando el turno en esta ocasión a la MAS SAGRADA DE LAS FIESTAS MEXICANAS: el Toxiuhmolpilia.
Se dice en los mitos anahuacas, que esta Celebración del “La Atadura de nuestros Años” data desde tiempos del mismísimo origen del «Sol actual” y que fue transmitida y celebrada generación tras generación, desde aquellos remotos días de la creación de la reciente humanidad; una afirmación onírica a simple vista, pero que en buena medida parece corroborarse a la luz de los hallazgos de la antropología moderna, puesto que entre los académicos e investigadores contemporáneos es prácticamente unánime la opinión de que esta «Celebración del Fuego Nuevo» nos viene legada a los mexicanos (y al mundo entero) desde una antigüedad verdaderamente insondable y por lo tanto, su origen es tan viejo y difuso que es imposible de precisar cuándo fue la primera vez que se realizó. Prácticamente podríamos asegurar (por algunas razones obvias que detallaremos más adelante) que la Celebración del Fuego Nuevo nació junto al desarrollo de la “Cuenta del Tiempo y la Matemática Sagrada del Anahuac”, la cual comenzó a ser utilizada POR LO MENOS desde hace más de 5 mil años, de acuerdo a la datación de la famosa Estela maya de Quirigua (hoy Guatemala) donde está inscrita en la piedra de aquella reliquia-monumento la fecha con la que inicializó (13 de agosto del 3114 A.C.) la cuenta calendárica que rigió los cálculos del paso del tiempo en todos los recintos científicos (“Calmecac”) y templos-observatorios (“Tzacualilhuicalli”) el Antiguo Anahuac.
En lo tocante a la cosmovisión y la ritualidad que envuelven a la ceremonia del Toxiuhmolpilia o Fuego Nuevo, es importante señalar primeramente que ésta se realizaba entre los días 17 y 20 de noviembre según el calendario romano actual o bien, a la mitad del mes anahuaca Tepeilhuitl; no obstante, esta ceremonia no se realizaba anualmente, sino al finalizar de un Ciclo Cósmico Sagrado (un “Xiuhmolpilli” o siglo anahuaca) que SUCEDÍA CADA 52 AÑOS EXACTOS y que era el tiempo preciso que les tomaba a las cuentas autónomas y paralelas del Calendario Solar (“Tonalpohualli”), del Calendario Terrestre (“Cauhpohualli”) y al Calendario de Venus (o Cuenta larga) converger nuevamente en un “día cero inicial” equivalente al “Primero de los días” de cuando la «Cuenta del Tiempo» comenzó en sus albores. Dicho “día convergente” donde los tres calendarios sagrados se sincronizaban, servía de renovado punto de partida para el siguiente Ciclo Cósmico de 52 años.
No obstante, a la par de ese portentoso entramado matemático que desarrollaron nuestros antepasados, quienes supieron correlacionar y hacer converger en UN MISMO PUNTO O MOMENTO los «ciclos espacio-temporales» de los tres astros mas sagrados (Sol-Tierra-Venus), aquel largamente esperado rito del Toxiuhmolpilia fue premeditadamente calculado por los astrónomos de los templos anahuacas (los “ilhuicatlamatini”) para que COINCIDIERA con un extraordinario evento astronómico que también sucede cada 52 años y que consiste en la ascensión al Cenit o «Centro del firmamento nocturno» del Cumulo de las Pléyades, algo que nuestros ancestros sabían con extrema precisión y que les servía de “herramienta de calibración” para ajustar todos sus calendarios científico-religiosos y tenerlos de ese modo, perfectamente sincronizados entre sí y con los REALES MOVIMIENTOS de los astros.
De tal suerte, esta “Celebración Magna” del Cempoalilhuitl, llamada Toxiuhmolpilia o Ceremonia del Fuego Nuevo, se realizaba exclusivamente CADA 52 AÑOS, aunque cada Año Nuevo («Atlacahualo») se llevaba a cabo un gran fiesta cuyo motivo era la sahumación y consagración de la caña o carrizo (que representaba “una unidad”) que había servido de poste de la sagrada Bandera insignia (“Pantli”) que portó el glifo sagrado y representativo del Año anahuaca («Xiuitl») que había terminado. Dicho carrizo tallado con símbolos sacralizados, vendría a ser depositado y custodiado celosamente en un venerable altar del Tlillancalco (“el Palacio Negro”), conformando así paulatinamente una pila de carrizos que crecía en orden de uno, año con año, hasta completar los 52 carrizos al cabo (naturalmente) de los 52 años que había entre un Toxiuhmolpilia y el siguiente. Tales carrizos atesorados en el Templo del Cihuacoatl («Supremo sacerdote») habrían de servir de “leñas” para calentar y encender la gran hoguera que enmarcaba el momento cumbre de dicha celebración quincuagenaria del Fuego Nuevo, que como ya hemos dicho sucedía cuando el cumulo de las Pléyades se posaba sobre el cenit de la “jícara celeste” o firmamento.
A través de las fuentes escritas («amoxtin») y las orales («teonahuatilli»), se sabe que la Ceremonia de Toxiuhmolpilia simbólicamente representaba EL FUNERAL DEL TIEMPO, cuyo “cadáver” tenía que ser incinerado en una Gran Hoguera bajo la luz de las “Luminarias Celestes” (a la medianoche). De las cenizas de aquella gran lumbre, habría de surgir el “nuevo tiempo” que a su vez habría de alimentar la energía (“tonalli”) de cada uno de los días, de los próximos 52 años del Ciclo Cósmico entrante. Lo anterior, es un simbolismo que no debería sorprendernos si se toma en cuenta, que en la cosmovisión anahuaca TODO cuanto existía en el plano terrenal (“Tlalticpac”), moría lo mismo que nacía, y la Astralidad del Señor del Tiempo (“Xiuhtecuhtli”) no era la excepción.
Aunque se sabe que la primera Celebración del Fuego Nuevo de nuestra «Era solar» Nahui Ollin fue en Teotihuacan, cuando se suscito el Mito del sacrificio de Nanahuatzin y Tecuciztecatl, quienes ofrendaron sus vidas para crear el Nuevo Sol y la Nueva Luna, y ello constituyo la forma primitiva del rito que debía seguirse para esta Ceremonia sagrada, en otros textos de la época se cuenta también que desde el día previo a esta Magna Celebración del Fuego Nuevo, todos los habitantes de las ciudades apagaban los fogones de su hogar («tenamaztli») e inclusive el fuego sagrado que ardía en los templos era también extinguido, lo mismo que las lumbreras que alumbraban las calles y plazas públicas. De ese modo, horas antes al momento cumbre del ritual, todas las ciudades y poblaciones se sumían en una completa oscuridad y silencio, emulando un estado natural de regreso a los origines primigenios, de cuando los hombres no dominaban aun el poder del fuego y vivían a merced de las penumbras. Una vez que caía la noche, solo se escuchaba los rezos de las personas y la murmuración de los manantiales, el ambiente era solemne y se respiraba una profunda religiosidad, la auto imposición de no usar fuego durante ese día de la víspera, se cumplía puntualmente desde el palacio más suntuoso hasta la casa más humilde; era tal la obediencia a su fe, que ese gran día ni para elaborar comida se encendía lumbre, de tal modo, que solo se consumían alimentos crudos o semillas aunque en realidad la mayoría de las personas elegía ayunar.
En torno al “ombligo de la ciudad” o Centro ceremonial donde se llevaría a cabo el acto ritual a la medianoche, las poblaciones y sus señores ensimismados, aprovechaban aquellas horas de calma y se entregaban a la reflexión y a la introspección, poniendo en valoración cada uno de sus actos hasta entonces cometidos en sus vidas, ese pues, era el SENTIDO del silencio que imperaba al caer esa misteriosa noche de cada 52 años, sin fuegos que alumbraran los caminos: el llevar a las personas a una especie de catarsis espiritual de donde habrían de regresar renovados, restaurando su compromiso personal de tomar parte en la Misión Creadora que el “Dador de la Vida” había encomendado en cada ser al inicio del «Sol actual». Así pues, aquellos cientos de miles aguardaban serenamente en la espera de que el Fuego Nuevo “viera su propia luz”, al simbólicamente “nacer” otra vez cuando las Pléyades estuvieran en la parte más alta del cielo, siendo parida la Astralidad de Xiuhtecuhtli de nuevo por la “Madre” Tierra y el “Padre” Sol (al reiniciarse los cálculos de los “Solarios y Lunarios”).
Una vez que el “prodigio astronómico” sucedía y las Pléyades brillaban esplendidas en el Cenit, los “Tlamacazqui” (Ofrendadores/Sacerdotes) con el instrumento ceremonial “mamalhuaztli” producían una fuerte chispa que lograba encender vivazmente a la poderosa hoguera donde habían sido dispuestos los 52 carrizos (Bastones de «Pantli») que se habían acumulado a lo largo de los últimos 52 años. Acto seguido, todos los ídolos de barro, atuendos sagrados, utensilios rituales y hasta los mismos códices (libros) en mal estado, también ERAN QUEMADOS en aquel fuego junto a los carrizos, pues se tenia la encomienda de reemplazarlos por nuevas y mejores creaciones en honor al «Nuevo Tiempo», dejando de manifiesto con ese acto, que el “tiempo viejo debía irse con sus viejas joyas que le pertenecían a él y no a los hombres” (una tremenda y tangible muestra del desapego a lo material, siempre manifiesta en la filosofía anahuaca).
Al final de la fastuosa y mística ceremonia, un grupo de jóvenes guerreros-sacerdotes formados en torno a la gran lumbre, recogían algunas llamas de la hoguera, acercando unos báculos-antorchas (“tletlaxoni”) a la par que agradecían la Divinidad con posturas reverenciales, para luego, velozmente salir corriendo en los cuatro rumbos e ir a entregar “el fuego renovado” a todos los habitantes de las ciudades, quienes en las puertas de sus hogares y templos en total oscuridad, esperaban felices por el regreso de “la luz y el calor divino” que por un momento les abandonó.
No obstante, un aspecto negro de esta celebración residía en el hecho de que buena parte de los rezos en la oscuridad en la antesala al encendido del Fuego Nuevo, obedecían también a la incertidumbre y temor que había en los corazones de los ahí presentes, ante la posibilidad de que el “Tiempo muriera y no pudiera volver a nacer esa misma noche” al igual que sucede en un parto fallido o un aborto de un niño. Si el «Tiempo no lograba nacer de nuevo» en aquel ritual, el costo era muy grande, pues ello detendría el curso de la vida sobre la Tierra y acabaría así con el paso por los cielos del “Sol vigente” que también moriría cediendo su energía a un “Nuevo Sol” (o Edad); aquello era terrible y mortificaba a los asistentes a la Magna Ceremonia, pues implicaba de acuerdo con la visión del “Mito anahuaca de los Soles”, la destrucción total de los humanos en existentes en aquel momento, para dar paso a una nueva generación humana que sería creada por la Divinidad y acorde a la energía del “nuevo Sol por nacer”.
Por tal motivo, cuando las Pléyades finalmente alcanzaban el cenit del cielo ante la expectación de todos los habitantes y grandes señores presentes en la Ceremonia, el júbilo estallaba y la gran lumbre era encendida con los 52 carrizos atados en 4 grupos de 13 (“tlalpilli”), porque el posicionamiento en el centro del firmamento de aquel grupúsculo de estrellas que los aztecas nombraron “Tianquiztli” (“La Gran Reunión”) y los mayas “Tzab-ek” (“El cascabel de la serpiente”) solo podía significar una cosa: que el Señor Tiempo había logrado renacer y que la destrucción del mundo no sucedería esa noche (no al menos, en los próximos 52 años).
Una vez llegado a este punto del ensayo hagamos una pausa, pues nos apremia justo en este momento, considerar una honda reflexión al respecto de cómo pudo haber surgido la importancia y conexión de las Pléyades con la celebración de Toxiuhmolpilli, al grado de que se estableció su paso por el cenit, como la “intersección de los planos” físicos y metafísicos donde habrían de converger todos las Cuentas Sagradas; pues bien, al margen del mito, existe detrás de todo esto un hecho científico irrefutable, que explica “con argumentos modernos” el por qué en la cosmovisión anahuaca era una necesidad imperativa que las “Tianquiztli” (Pléyades) tuvieran que alcanzar el CENTRO DEL CIELO (es decir, posicionarse justo por encima de las cabezas de los hombres) para GARANTIZAR que el “Señor Tiempo” pudiera volver a nacer y de ese modo dar paso al siguiente siglo o ciclo cósmico de 52 años.
Explicado de otra forma, es conocido que las Pléyades son uno de los pocos hitos o PUNTOS DE REFERENCIA CONFIABLES en el cielo nocturno que los astrónomos de nuestros días usan como “eje o foco” para llevar con precisión sus registros respecto del movimiento y transición de los astros en la cúpula celeste, puesto que las Pléyades desarrollan una eclíptica convenientemente compatible con la de nuestro planeta en el espacio y que cada cierto tiempo se ALINEA PERFECTAMENTE con el plano orbital de nuestro mundo, algo que queda de manifiesto en su paso por el cenit cada 52 años (siendo un fenómeno exclusivo de pocas estrellas) y que hace creer no a pocos investigadores que las Pléyades junto con el Sistema Solar forman parte de una misma e inmensa red común gravitacional.
De tal suerte y apoyados en lo citado arriba, podemos concluir lícitamente que el ÚNICO FENÓMENO FÍSICO que imposibilitaría que las Pléyades pasaran por el “centro del cielo” cada 52 años sería (sin lugar a dudas) una DESVIACIÓN DEL EJE TERRESTRE, lo cual en caso de suscitarse significaría, inexorablemente, que la Tierra estaría por experimentar un colapso planetario, con modificaciones bruscas a nivel superficial y continental, puesto que la solo modificación en grados enteros de nuestro eje de rotación actual, sería capaz de “lanzar fuera del cenit” a las Pléyades, constituyendo eso una especie de movimiento de “bamboleo” del planeta (gran nutación) y el desencadenamiento de catástrofes de gran magnitud, entre ellos el desplazamiento de los polos magnéticos, cuya inevitable consecuencia seria la generación de megaterremotos globales que podrían diezmar, sino exterminar, poblaciones enteras humanas.
Es por ello, que innegablemente en algún tiempo muy remoto cuando el eje terrestre se movió violentamente por última vez (hace 25 767 años según algunas versiones) dando origen a la inclinación orbital actual, los posibles antiguos observadores de las estrellas de aquel entonces, vieron que ese abrupto cambio en la inclinación del planeta posibilitó que las Pléyades pasaran por el “Cenit del Cielo” cada 52 años y que solo una nueva desviación (y gran catástrofe) podría sacarlas de su “trono” en el firmamento nocturno, dejando mitificada aquella sentencia astronómica del “FIN DEL TIEMPO” en forma de una leyenda, que quizás, dio origen a la inmemorial celebración nuestra de Toxiuhmolpilia, la cual como ya se ha comentado, su primera aparición en los calendarios religiosos del Anahuac no logra ser determinada por los investigadores modernos, pues se trata de algo que se adentra en fechas muy arcaicas, como si fuera parte de un legado original de los PRIMEROS pobladores de Mesoamérica que traspaso Eras y que va mucho más allá de la Historia conocida.
Por lo anterior, no debería sorprendernos que los antiguos “Ilhuicatlamatinime” (astrónomos del Anahuac) estuvieran advirtiéndonos en la observación y contemplación del curso de las Pléyades la nefasta posibilidad de un EVENTO REAL DE DESTRUCCIÓN DEL MUNDO y no un Mito Creacionista revestido de “fanática festividad” como malamente se toman los conocimientos alegóricos y “encriptados” del pasado.
Finalmente, por motivos de economizar el conocimiento, gustosamente ofreceremos un dato más respecto de la sagrada Fiesta del Fuego Nuevo, reservándonos para después algunas aportaciones que dejaremos pendientes para próximas publicaciones de este tema. Así pues, es relevante aclarar que la última vez que se celebró en el Antiguo Anahuac (antes de la llegada de la invasión europea) la Ceremonia de Toxiuhmolpilia, fue en el mítico año de 1507 (“Ome Acatl”, Dos-Carrizo) y fue presidida a la medianoche conforme al rito, por el gran tlatoani mexica Moctezuma (Motecuhzoma Xocoyotzin); en aquella grandiosa y memorable ocasión, la gran lumbre del Fuego Nuevo se encendió POR UNICA Y EXCLUSIVA VEZ en la cima del Cerro Huizachtepetl y no en el Templo Mayor de Tenochtitlan, donde hasta entonces se había realizado invariablemente este sagrado ritual, desde la fundación de la gran capital azteca.
Se dice también, que el tlatoani Moctezuma había elegido ese cerro en la población de Ixtapalapan como un acto de buena voluntad para con los demás pueblos cercanos, pues el Huizachtepetl era la cumbre más prominente (2,460 msnm) que se alzaba justo a mitad del gran lago (conectando las aguas de Chalco y Xochimilco con las del lago de Texcoco), lo cual le daba una UBICACIÓN PRIVILEGIADA que haría posible que el Fuego Nuevo de la gran Ceremonia, pudiera ser visto al mismo tiempo desde todos los demás cerros que rodeaban al enorme valle central, y así poder ser presenciado en el justo momento de su nacimiento por todas las regiones aledañas de la suprema Tenochtitlan, quitando de ese modo la exclusividad a los anfitriones tenochcas de ver en primera instancia el “Nacimiento del Fuego”. Para cumplir su loable propósito, el tlatoani había ordenado edificar un esplendoroso Templo (el “Ayauhcalli” o Casa de la Niebla) en la cima del Huizachtepetl, mismo que serviría de recinto y sede sagrada (construido sobre un antiguo basamento ceremonial de la época tolteca), una vez que llegara el sublime momento del paso por el cenit de la “Gran Reunión” de las Pléyades (algo que ocurre entre el 17 y 20 de noviembre en estas latitudes del centro del país).
Fue por ese motivo, que el venerable cerro Huizachtepetl, pasó a ser conocido dentro del folclor mexicano como el “Cerro de la Estrella”, pues aunado al evidente hecho de que la Ceremonia Toxiuhmolpilia obedecía al “tránsito de las estrellas” en el cenit, para los antiguos testigos de esa memorable noche de 1507, el ardor y fulgor que desprendió la gran hoguera encendida en la cima de aquel cerro ancestral, iluminó de repente la negrura con la que se había investido el valle entero (al tener todos los fogones y lumbreras apagadas) y a la distancia, a cualquiera le hubiese parecido que ese claro punto de “luz danzante” emanando de la fogata en la gran cima, debía tratarse de una AUTENTICA ESTRELLA, radiante y flotando a mitad del consagrado e inmenso lago.
Posterior a aquel ensoñador año de 1507, la Celebración de Toxiuhmolpilia ya no fue realizada y repetida cada 52 años como dictaba la milenaria tradición de nuestras tierras, pues durante la Colonia esta hermosa y sagrada celebración fue prohibida por el yugo virreinal y cuantos que se atrevieron a realizarla a espaldas del gobierno invasor fueron perseguidos por herejía e irónicamente condenados al fuego maldito de la Inquisición, cuando su único “pecado y crimen” era el haber pretendido encender un FUEGO BENDITO en la cima de una montaña.
Actualmente, muchos grupos de “tradición oral” y agrupaciones ancestralistas han retomado esta Magna Ceremonia para bien todos los mexicanos, no obstante, el desconocimiento o el legítimo ímpetu por hacer que el rito del Fuego Nuevo regrese con la misma fuerza de antaño, impulsa a muchas personas a celebrar esta fiesta en fechas que no corresponden a la cuenta de cada 52 años según la vieja tradición. En contraste, desde 1507 han pasado tristemente sin ser celebrados por lo menos 8 ceremonias del Fuego Nuevo; no obstante, el mas reciente año de este rito que fue en 1974-75 se tiene registro de que sí se celebró en ALGUNOS recintos sagrados del Anahuac, efectuándose por excepcionales mexicanos, marcando con ello el retorno de esta NUESTRA MAYOR CELEBRACIÓN SAGRADA, misma que se perfila a ser celebrada de manera amplia y masiva por todo el país para cuando la rueda calendárica de 52 años (“Xiuhmolpilli”) de una vuelta completa en el presagiado año 2026-27, cuando habrá de cumplirse la mística cifra de 520 años (10 ciclos), que según algunas leyendas era el tiempo que habría de durar la “larga noche de la invadida Anahuac” antes del “gran amanecer”.
Hoy día tenemos muchos motivos para estar optimistas, pues aún sigue en pie parte de aquel hermoso y amado templo-teocalli del Fuego Nuevo que el magnífico Moctezuma ordenara construir en la cima del viejo Huizachtepetl, y los mexicanos de hoy y mañana estamos listos para celebrar en paz NUESTRA TOXIUHMOLPILIA en el mismo lugar sagrado donde una noche, al igual que las estrellas Pléyades: los pueblos del Antiguo Anahuac se unieron como hermanos una última vez y con sus rezos de amor y esperanza llegaron a la parte “más alta del cielo”.
Que no quepan temores ni dudas, el “Señor Tiempo” ya aviso que recobraremos nuestro cenit…
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«A la gloria de esa antigua sociedad de grandes poetas, matemáticos, filósofos y guerreros que añoraban una vida entre Flores y Cantos y una muerte al filo de la obsidiana»
Texto original: FB «Pueblo de la Luna. Metzitzin»
Existe la posibilidad de que el fuego nuevo,representa el «Evento catastrófico» (el nacimiento de un volcan) que los Aztecas decían los obligó a abandonar su lugar de origen Aztlan en 1064,mas 52 años da 1116 fecha en que posiblemente se encendió el fuego nuevo y luego 52 años despues abandonan Nuevo Aztlan «El Lugar de las Garzas»en 1168 (Códice Boturini) l luego en 1220 le encienden de nuevo,esta vez en Tula Hidalgo, el libro; ASENTAMIENTOS PERDIDOS DE LOS AZTECAS lo explica todo!! en detalle y se consigue por http://www.amazon.com
Tlazo´camati temachtiani (gracias hombre que enseña algo)
Un privilegio poder leerlo don Felipe. Debemos enfocar nuestros esfuerzos en rehuir a la Mentira, por que la Verdad siempre nos habrá de encontrar, solo es cuestión de reconocerla cuando llegue. Gracias nuevamente.
tlasocamati!!!