El Origen de la Veneración a las Montañas y Cerros en el Pensamiento Anahuaca

cuenca

Nos encontramos en el mes 13, dentro del Calendario Religioso (Cempoalilhuitl) del Antiguo Anahuac, siendo el nombre de este mes ya en curso, el de TEPEILHUITL que a bien se traduce como la “Fiesta de los Cerros o Montes” y es por esta misma razón tan importante, que esta nueva publicación nuestra tendrá como propósito clarificar las Razones Originarias del por qué las ALTAS CUMBRES NATURALES eran tan sagradas y tan celebradas por los primeros mexicanos.

Para empezar, podemos citar la forma ya ampliamente conocida por muchos, de cómo se llevaba a cabo la Ceremonia ritual dedicada a la fiesta de “Tepeilhuitl”, la cual consistía en procesiones religiosas que se iniciaban al amanecer (“Iquiza Tonatiuh”) y a paso de tambor y caracol (marcha «teonenemi»), encabezadas por los “Ofrendadores o Custodios de lo Sagrado” (Sacerdotes/Tlamacazqui) disfrazados de “tlaloqueh” (sirvientes de Tlaloc). Estos desfiles festivos y sagrados eran nutridos por largas filas de gente que jubilosamente asistía para caminar en grupo, a través de senderos apartados al interior de los valles, con la intención de llegar hasta la cima de las elevaciones naturales cercanas a sus poblaciones, que podían tratarse de montañas, montes o cerros según el caso.

Acto seguido, una vez que se encontraban en la parte más alta de los cerros, la gente allá reunida en lo alto depositaba sus ofrendas de muy variadas índoles, en los Templos construidos en dichas cimas (llamados Ayauhcalli o “Casas de la Niebla” y dedicados a la Astralidad dual de Tlaloc-Chalchiuhtlicue), mientras en mansa convivencia en medio de banquetes y actividades lúdicas, los asistentes aguardaban por el ocaso (“Onaqui Tonatiuh”) y la llegada de la neblina característica de aquellas considerables alturas, para de ese modo todos juntos, poder festejar a su querido monte inmersos “ENTRE NUBES”, elevándole cantos y rezos, al tiempo que los más ataviados (especialmente para la ocasión) danzaban extasiados sus bailes sagrados de agradecimiento a la Naturaleza y al Cosmos por las lluvias otorgadas ese año, mismas que posibilitaron que las cosechas se lograran, pero al mismo tiempo, aquellos que festejaban en las cimas danzaban para despedir solemnemente a las últimas precipitaciones que habrían de caer del cielo antes de que la temporada invernal, ya en ciernes (mes 14), entrara de lleno y con ella comenzara la época de estiaje o secas.

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Las personas que no podían asistir a estas caminatas a campo abierto, por razones de edad u oficio, ofrendaban en los templos de la ciudad unas figurillas hechas de amaranto (“tzoalli”) preparadas ricamente y con forma de “montes”, mismas que colocaban sobre alfombras de heno (“pachtli”) para reverenciar de ese modo “la ya muy vieja edad de los cerros”.

No obstante, el “agradecer por las lluvias pasadas y solicitar por las venideras” era únicamente uno más de los aspectos religiosos de la festividad del Tepeilhuitl, pues en realidad la Cosmovisión y los profundos motivos de nuestros “Viejos Abuelos” que los impulsaron a “Celebrar a los Montes” iban MUCHO MAS LEJOS del sentido puramente agrícola y sobrepasan filosóficamente, el ya de por sí, hermoso y bienhechor acto de “agradecer al cielo por la lluvia” que fecunda los campos de cultivo año con año.

Por tal motivo, este breve ensayo encausado a la reflexión y a recuperar NUESTRAS FIESTAS SAGRADAS MEXICANAS, no se limitara en ofrecer solamente la explicación que gira en torno a las lluvias que bañan los sembradíos y que incorrectamente se presenta en muchas versiones como la explicación completa del sentido de la Veneración a los Cerros, que como hemos comentado líneas arriba, era de una índole mucho más profunda y sublime. Por lo anterior, ofrecemos una lista de las OTRAS RAZONES COSMOGÓNICAS del por qué existía en el corazón de los ancestros esa marcada veneración y amor por los montes y a las altas cumbres naturales todas, a tal grado que dedicaron especialmente una Celebración anual para ello (“Tepeilhuitl”), expresada en su matemático y muy preciado Calendario Cempoalilhuitl:

1) Los montes eran sagrados para los primeros mexicanos porque evocaban al lugar mitológico TAMOANCHAN, que era la “nebulosa cumbre” donde hundía sus raíces el Árbol Florido de la Creación del Universo, el cual dentro del pensamiento anahuaca se trataba del Eje del Mundo y el puente entre los Supra-mundos y los Infra-mundos.

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2) Toda montaña muy elevada se le consideraba como TLALOCAN (El Lugar de Tlaloc) pues se decía que esas grandes moles, guardaban la entrada a un PARAÍSO SUBTERRÁNEO de vegetación perenne y belleza excepcional.

3) Los montes y sus hendiduras naturales o cavidades eran usadas para representar en ceremonias a la primigenia cuna CHICOMOZTOC, el “Lugar de las 7 cavernas”, lugar mítico por excelencia dentro de la cosmogonía nahua, de donde se dice son originarios los Seis Señores Fundadores (hijos de la pareja divina Iztac Mixcoatl e Ilancueitl) de cuyas respectivas descendencias, conformaron los habitantes que poblaron en el Periodo Posclásico al Valle de Anahuac. Tales legendarios Señores fueron Xelhua, Tenoch, Ulmecatl, Xicalancatl, Mixtecatl y Otomitl.

4) Los montes se trataban en la filosofía anahuaca de las verdaderas TZACUALLI (dígase pirámides) del mundo, puesto que fueron edificadas y colocadas en el horizonte por la obra del Creador y Dador de la Vida, por tanto, eran más sagradas que las propias Tzacualli construidas en piedra por el hombre (por ejemplo, Templo Mayor de Tenochtitlan o las Pirámides de Teotihuacan), puesto que estas últimas no eran más que “copias de menor valor de los montes” o vanos intentos humanos de honrar a la Creación dejando para la posteridad “un monte más en el Valle” que sirviera de “ombligo” para los futuros habitantes. Algunos ejemplos de Cumbres naturales que fueron consideradas como más sagradas que las propias “pirámides” son el Monte Coatepetl, el Xicoco, el Monte Tlaloc, el Monte Huizachtepetl (Fuego Nuevo), el propio volcán Popocatepetl (antes llamado Xalliqueuhac) o la montaña Matlalcueye (hoy Malinche)

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5) En el pensamiento de los primero mexicanos, la Dualidad Natural e indisoluble necesaria para que los asentamientos humanos perduraran por mucho tiempo y de manera prospera, consistía precisamente en contar con el binomio sagrado de los lagos y los montes en torno a las ciudades. Lo anterior queda demostrado, con la antigua expresión “in atl, in tepetl” en el idioma náhuatl (traducción literal “el agua, el monte”), misma frase que era interpretada simbólicamente en sus orígenes como SINÓNIMO DE CIUDAD o Estado territorial y fue por esa misma razón (y no a la inversa), que dicha oración cifrada que a primera vista solo parece referirse al “agua” y al “monte”, devino en la actual palabra “ALTEPETL” que aunque está formada de las palabras “Atl” (agua) mas “Tepetl” (cerro) en realidad significa “CIUDAD”. No es de extrañar entonces, que en la celebración de TEPEILHUITL, el elemento AGUA (como lluvia o neblina) y la Astralidad dual de Tlaloc-Chalchiuhtlicue esté presente en todo momento y sea venerada A LA PAR del Elemento Principal de esta festividad que son los MONTES.

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Reflexionando sobre éste punto, se vuelve obvio que “el Agua y la Montaña” sean los dos garantes de la vida humana sedentaria, puesto que lo primero ya sea en forma de rió o lago, es fuente inagotable de alimento y posibilita la fertilidad de la tierra, mientras que el segundo, la montaña o monte, es un perfecto hogar sustituto y Fortaleza natural a la cual podían huir a refugiarse las poblaciones en momentos de guerra o catástrofe, una vez que sus murallas y fuertes edificados en las ciudades de las planicies fueran superadas por el enemigo o la calamidad. Por ello, asentarse cerca del AGUA y de una CUMBRE ELEVADA se volvió vital en el Anahuac y ambas cosas pasaron a formar parte de los conceptos sagrados de las poblaciones, pues el uno vendría a hacer las dotes de una “Madre” sustentadora (Agua) y el otro las de un “Padre” protector (Montaña): un ejemplo de esto mismo es el hecho de que muchos mexicas (la mayoría ancianos, madres y sus niños), cuando Tenochtitlan fue sitiada y finalmente tomada por las tropas invasoras de Cortes y Tlaxcala, huyeron de la masacre al refugiarse en la sierra de CHICHINAUATZIN, el actual corredor montañoso (hoy Ajusco-Topilejo-Huitzilac) comprendido entre los límites sureños de la Ciudad de México y el estado de Morelos.

6) La astralidad TEPEYOLLOTL que significa “Corazón o vitalidad del monte”, era una de las representaciones del Titlacahuan o el “Tezcatlipoca negro” uno de los “Cuatro Sustentos del Universo” más veneradas en el Antiguo Anahuac. Se relaciona a Titlacahuan con Tepeyollotl porque la representación de éste es la de un “jaguar” y a su vez es el nahual (disfraz) del Tezcatlipoca Negro y se sabe eso porque en el “Mito de los Soles o Edades”, se dice que: “El Tezcatlipoca Negro gobernó sobre el Primer Sol, el sol de tierra, cuando era poblado el mundo por una raza de gigantes. Tan poderosos fueron estos gigantes que arrancaban los árboles simplemente con las manos. Blandiendo un bastón, Quetzalcóatl (el Tezcatlipoca Blanco) arroja al Tezcatlipoca Negro a las profundidades del mar. Elevándose desde el fondo del océano, éste último se yergue como una montaña y se convierte en un enorme jaguar, que aún hoy puede ser visto transformado en la constelación de la Osa Mayor. A su regreso, la raza de los gigantes es completamente devorada por los fieros jaguares que son las criaturas sagradas del Tezcatlipoca Negro”

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7) Este séptimo punto de esta lista, también obedece al “Mito de los Soles”, no obstante esta vez no tratándose del Primer Sol sino del Cuarto Sol o “ATONATIUH” (sol de agua), en el cual se cuenta que gobernó al mundo la Astralidad dual de Tlaloc-Chalchiutlicue y donde la humanidad de ese entonces, al final de esa Edad Cósmica fue diezmada mediante la fuerza de las aguas, desapareciendo parcialmente mediante una “Gran Inundación” que castigo a toda la tierra y que dio paso al “Nuevo Sol” o la Edad Actual en la que nos encontramos. Por lo anterior, se vuelve evidente que la RENACIENTE HUMANIDAD tras de ese “Diluvio Universal” fueron las Civilizaciones del Anahuac de las cuales tenemos aún registro, mismas que no dejaron de venerar a los cerros y montes ni aun pasadas muchas generaciones (hasta llegar a nosotros), porque innegablemente fueron las Altas Cumbres y las más elevadas montañas los ÚNICOS LUGARES SEGUROS a donde aquellos hombres del pasado “Cuarto Sol” tuvieron que huir para sobrevivir a la Gran Inundación, obligados a pasar un tiempo en esas cimas de montañas y cerros (convertidas temporalmente en “islas” en medio de mares interminables), hasta que pudieran bajar de ellas y repoblar los valles nuevamente cuando las aguas del mundo volvieran a su nivel normal. Es ilustrador señalar, que este mito señala que la Divinidad escogió y salvo a la pareja humana más excepcional y sabia de entre toda la tierra, indicándoles que se refugiaran en el interior de un gran árbol sagrado, ahuehuete, que habría de ser la única balsa capaz de flotar y superar la tremenda anegación de las aguas; no obstante, el mito también señala que algunos otros hombres y mujeres al margen de la decisión divina, lograron salvarse de las aguas “por sus propios medios”, es decir, refugiándose en las cimas más elevadas.

8) Finalmente y en concordancia a los puntos anteriores, se escogió que la “Fiesta de los Cerros” se celebrara en las mismas fechas que en las que las lluvias se van, pero que al mismo tiempo se sincronizara con UN EVENTO ASTRONÓMICO de suma importancia para el mundo anahuaca, el cual consistía en el posicionamiento en el “CENIT del firmamento nocturno” del Cumulo estelar de la Pléyades (“Tianquiztli”), algo que ocurre entre el 17 y 20 de noviembre de cada 52 años. Tal alineación de las Pléyades con respecto al centro del cielo, guarda su importancia en el “Mito de los Soles”, pues se decía entre los primeros mexicanos que el mundo y la humanidad fueron destruidos cuando “por alguna nefasta razón” las Pléyades no lograban subir al Cenit del cielo. De aquí nace otra parte de la cosmogonía de la Ceremonia ritual del “FUEGO NUEVO”, de la cual haremos mención más a detalle en una próxima publicación, pero que de momento vale comentar que se realizaba también en la CIMA DE UN CERRO (actual Cerro de la Estrella o Huizachtepetl) donde se edificó un Templo muy sagrado (“teocalli”) y dedicado exclusivamente para este propósito ceremonial de aguardar el “Final del Tiempo”.

Así pues, damos por acaba esta nueva publicación, confiados en haber sembrando en ustedes las muchas y hermosas razones del por qué las Montañas, Cerros y Cumbres eran tan sagradas y amadas por nuestros “Viejos abuelos”:

…pues de una mítica montaña EMERGIERON los Primeros Ancestros del Anahuac

…las montañas permitían DANZAR CON LAS NUBES que tanto bien hacen a los hombres con sus lluvias

…se veneraba a las montañas, porque gracias a ellas al igual que en los ELEVADOS TEMPLOS SAGRADOS de las Tzacualli-Piramides, la divinidad de la tierra se conectaba con el Cielo y en sus cimas los hombres proyectaban sus pensamientos HACIA LAS ESTRELLAS

…aquí en el Anahuac, “el Ombligo del Mundo”, se amaba a los montes porque siempre BRINDAN HOGAR Y REFUGIO, pues lo mismo que en la triste Caída de Tenochtitlan, como al final del “Cuarto Sol”, los montes fueron los “Entes Protectores” que aun en el último momento, siguieron de pie y salvaron del exterminio a todos los hombres que pudieron escalar “hasta sus blancas sienes”, hombres sobrevivientes que desde su ruina y abandono al ver su mundo destruido no se sintieron más afortunados que los muertos que dejaron atrás, pero que a la postre supieron vencer a la adversidad y pasaron a ser la esperanza del mundo que se negó a morir, engendrando a los nuevos mexicanos que somos nosotros y a la Nueva Humanidad.

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En el Tepeilhuitl, “la fiesta de los cerros”, ¿cómo pues, no habríamos de danzar y cantar en las cumbres y de amar a los cerros, si ellos son el reflejo cristalizado y el monumento original del AMOR que el cielo siente por la tierra y todas sus criaturas?

***
«A la gloria de esa antigua sociedad de grandes poetas, matemáticos, filósofos y guerreros que añoraban una vida entre Flores y Cantos y una muerte al filo de la obsidiana»

 

Texto original (FB- Pueblo de la Luna. Metzitzin):

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