En sus casi setecientos años de vida, la ciudad de México ha estado marcada por el trágico sino de la sustitución arquitectónica, como bien lo hiciera notar uno de sus más ilustres cronistas.’ Nuestra cultura urbana ha mostrado, en ese sentido, mucho más analogías con Nueva York que con Barcelona, puesto que las nuevas edificaciones no han solido sumarse de manera paulatina al paisaje citadino, conformando anillos concéntricos desde un casco primigenio hasta una periferia siempre modernizadora. Todo lo contrario, en la ciudad de México se ha perpetuado por siglos la idea de que un presente vigoroso debe por fuerza nutrirse de las cenizas de su pasado. Llevada a la práctica, esta creencia ha tenido como corolario la irremisible desaparición de buena parte de nuestro patrimonio monumental. Así sucedió, por ejemplo, con la bulliciosa y superlativa Tenochtitlan, sede imperial de la excan tlahtoloyan o Triple Alianza, la cual fue sistemáticamente arrasada para ceder su plaza al recio asentamiento de los conquistadores y los primeros colonos españoles. …
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